viernes, 8 de junio de 2007

CON AJO


Yo nunca escribí tus iniciales
en ninguna parte,
ni en árboles, ni en los baños,
ni en la arena,
a lo mucho,
escribí mi nombre en tu seno
y lo boirrè con mi propia lengua
como si fueras una lejana madre.


Aprovecha la altura le gritabamos a una congénita
con retardo del crecimiento.

Ella, algo ya mayor que nosotros
nos corria tirando piedras, besos
o alguna estrela de su propio firmamento.

Nosotros, los pungas, los olvidados del barrio,
detrás de las lluvias,
cuando las badurrias ya no cantan
soliamos levantarle el vestido
o arrinconarla, abusarkla en un auto abandonado.

Creo que dejé de verla un dia que por todosw lados sonaban sirenas
y corrían dseñoras clamando los jinetes del cielo,
parece que por ese entonces ya nunca más , se vio a alguien
orinando arriba de los árboles
ni acribillando coleópteros en las charcas inolvidables del cerro.

Después de eso, solo quedaba el camino hacia la esquizofrenia,

hacia los Románticos Alemanes, hacia Nietzche,

hacia la muerte en el fondo amarillento de un vaso.

Yo ya no visito el barrio, solamente cuando la lluvia

no deja mirar hacia la risa de los cerros,

y en el bar, donde anclan los barcos para el desaguadero

ya psiquiatricos tosos, nos sentamos en la esquina más oscura

para sacar la eterna cuenta de quienes quedan

pidiéndole algo fiado a la vida.


Parece que solo yo recuerdo a la congénita

y a los matapiojos amándose en los bordes del charco.

Y ya por fin solo nuevamente, a la deriva

en el viento materno de la noche

marco con piedras el camino de regreso hacia ninguna parte

y silbo una canción, alguna hermosa canción

para que ella me escuche y sonria , detrás de la luz

en alguna ventana, ahora sin vidrios
ahora sin vidrios
ahora sin vidrios.






Antes que los pájaros lleguen
con las próximas lluvias
y ahuyenten nuestro amor
más profundo que el océano.


Rápido, rápido
algo, un techo un pangue
una frazada
un par de manos
para cubrirnos de las estrellas,
para poder entrarte
poder amarte así,
en silencio, con rabia.

Como los matapiojos trenzados, amàndose sobre las charcas.

Rápido, rápido que sobre los rieles
sobres los oxidados clavos
saludaremos al tren cuando pase,
vamos, gime un segundo de insectos
y hazle el amor
antes que el tren aullando aullando nos aplaste.



Me encontré en mi miedo, mi propio y amante miedo,
el de la carne viva. Me vi entre los pliegues,
el sudor de los besos tras las catedrales
sus cúpulas punzantes en todas las ventanas,
madrugadas de iglesias floridas con santos cojos.
En la eterna búsqueda de la sobredosis perfecta.


Ahora he de morir tranquilo,
una polilla en la pared nos recuerda lo efímero de las rutas.
Nauk Tshu Sing, emperador de la dinastía Shenk,
no terminó de construir un muro que dividiera el planeta
eternamente como las envidias que nos delatan,
por eso se arrojó de el, desde su cúpula más alta y feroz,
cuando escuchò escondido entre el laberinto de sus jardines
a un anciano decir que un breve momento
es lo que de verdad nos llena la vida para vivirla
Otro hombre, que no lloró su parto
pero asi lo hizo con cada sol que se le vino encima,
escribió bellos versos y su vida fueron dos o tres poemas
para no morir nunca,,
luego, al final, de un escopetazo en la sien se arrebató el segundo
ese momento exacto que fue su deuda.

Otro y otro y otros
todos rien con el fulgor de sus almas incompletas,
yo me basto con la intensidad fulminante de un gemindo
hacia el cielo.
Con haber pasado de un descuido mis salvajes dedos por su rostro.

Ébano intenso en este rincón del mundo olvidados.

Con haber entrado en sus lunas apagadas con fórceps.

Ahora he de irme en paz, ya estoy saldado con la vida.

El final de este poema le corresponde a ella escribirlo...


Postergado, esperaré en la guardia mi visita.




Nos dedicamos a mirar ventanas, puertas,
puertas en casas con pasto sobre las tejuelas...





Sedientos de amor y locura
frente al candado de un bar nos encontramos,
por un segundo
por un tronar de párpados
por un rebote de labios,
una estrella fugaz nos ilumina
y pedimos el mismo deseo de todos los dias,
desde siempre...

Nos miramos hacia atrás, hacia las cavernas
ciegos, tuertos, cataráticos,
infectados de nada en la nada misma.

Ella escrubió nostalgia en el barbecho fértil de la tierra
con el blanco scasquillo vacio de un lápiz,
y yo escribí la palabra vino
insistentemente vino,
no por desesperación,
sino por costumbre.

Uno junto al otro
esperamos la necesaria, la imperiosa muerte,
quemándonos,
orinándonos junto a la reja.

En un abrazo de amor
de sangrante e imposible amor.

El beso de Adolf y Sara ante el fogonazo
Charli y Fito.
Rebeca y un niño que se muere
un principe y su cordero
Violeta y Vìctor
Julieta y Jessica
Nelson y sus Peninsulas
Hans y Judith
Tajo y Rostro
Boris Calderón y Angélica
isla y orégano.

Y así tantos, tantos, tantos...

Hasta que sus dedos se entrelacen
y se toquen suavemente sobre las yemas,
insistentemente renacentistas y oscuros
creadores, artistas en su propia cúpula
en su propia capilla del amor imposible
en su gotica catedral inconclusa.

Rocas partidas, estrelladas ante el fuego,
esparcidadas ante el huracán de los vientres
antes los negros quetzales que nos sobrevuelan.

Así es la imperiosa y necesaria...
La humanidad entera y sus sigflos quemándose, orinándose
a la vera de los caminos,
junto a los candados
junto a las rejas
o en los cares en un par de horas.

Amantes del abismo y sus falacias
donde por un momento nos encontramos
sedientos de mar y locura
y una estrella, alguna punzante estrella,
que haciendo el amor enroscados
orinados nos ilumina.

Me gusta todo de tí, menos tú...




Que la marea nos cubra de zapatos y botellas rotas

No se como me pude alejar de los cercos
del aroma picante de las maderas
de la lluvia tras la lluvia bajo los árboles.
Mis rutas nunca fueron muchas ni necesité ojos para reconocerlas.
Pero la hija silenciosa, la hija muda del pastor me quebró la vida.
La chica mediana me consumió como floripondio.
Recuerdo el aullido de un perro viejo rebotando entre las sombras.
Y yo que era de piedra me sentí crujir,
partirme con sus ojos de calamar triste.
Entonces las pasiones se me incrustaron.
Y me perdí en las oscuras bodegas, en los fríos toneles,
en este mismo cuerpo que ya no urge ni explota.
Por eso comencé a expiar a lo lejos, a observar sus rutas,
a sentir el amor en el traquear de su galope.
Pero no sé que pasó, las ardientes aguas me borraron aquel día.
No sé. Pero hay un Dios que no funciona,
si yo ni respiraba para no derramar su silencio.
¿Cómo podría hacer lo que han dicho?
Mire, escuchen, escuchen su retorno su galopar con violines,
Como gritan los tráiller a su regreso.